Finalizaremos este breve estudio consagrado a la guerra como valor espiritual, refiriéndonos a una última tradición del ciclo heroico indo-europeo, el Bhagavad-Gita, el más célebre texto seguramente de la antigua sabiduría hindú, escrito esencialmente para la casta guerrera.
Su elección no es arbitraria y no se debe en absoluto al exotismo. Al igual que la tradición islámica nos ha permitido formular, en lo universal, la idea de la "guerra santa", contrapartida posible y alma de una guerra exterior, la tradición transmitida por el texto hindú nos permitirá encuadrar definitivamente nuestro tema de análisis en una visión metafísica.
En un plano más exterior, está referencia al Oriente hindú, nos parece igualmente útil para rectificar las opiniones y los criterios, así como la comprensión supratradicional, pues tales son los fines que perseguimos. Durante mucho tiempo han prevalecido las antítesis artificiales entre Oriente y Occidente: artificiales porque están basadas en el último Occidente, en el Occidente moderno y materialista que, finalmente, tiene muy poco que ver con el que le precedió, con la verdadera y gran civilización occidental. El Occidente moderno se opone tanto al Oriente como al antiguo Occidente. Si nos remitimos a los tiempos antiguos encontraremos efectivamente un patrimonio étnico y cultural ampliamente común, que corresponde a un único denominador indo-europeo. Las formas originales de vida, de espiritualidad, de instituciones de los primeros colonizadores de la India y del Irán tienen muchos puntos de contacto con aquellos pueblos helénicos y nórdicos e incluso con los antiguos romanos.
Vamos a abordar ahora las tradiciones que nos dan un ejemplo de la afinidad de la concepción espiritual común del combate, de la acción y de la muerte heroica, contrariamente a la idea recibida que nos hace pensar, al oír hablar de la civilización hindú, en el nirvana, el fakirismo, la evasión del mundo, y la negación de los "valores de la personalidad".
El Bhagavad-Gita está construido en forma de diálogo entre un guerrero, Arjuna y un dios, Khrisna, su maestro espiritual. El diálogo tiene lugar con ocasión de una batalla en la que Arjuna vacila en lanzarse a la acción frenado por escrúpulos humanitarios. Interpretados en clave esotérica, estas dos figuras de Arjuna y Khrisna no son, en realidad, más que una sola, pues representan las dos partes del ser humano: Arjuna, el principio de la acción, Khrisna el del conocimiento trascendente. El diálogo se transforma en una especie de monólogo con una finalidad tanto de clarificación interior y resolución heroica como espiritual del problema de la acción guerrera que se había impuesto a Arjuna en el mismo momento de descender al campo de batalla.
Pues la piedad que impide al guerrero combatir cuando descubre en las filas enemigas a viejos amigos y a algunos parientes, es calificada por Khrisna (el principio espiritual) de trastorno indigno de los arios que cierra las puertas del Cielo y solo depara la vergüenza. De esta manera surge el tema que ya habíamos encontrado a menudo en las enseñanzas tradicionales de Occidente: "Si mueres ganarás el cielo; si logras la victoria, poseerás la tierra... levántate, hijo de Kunti para combatir firme y resuelto".
Al mismo tiempo que se perfila el tema de una "guerra interior" que es preciso llevar contra sí mismo: "Sabiendo pues que la razón es más fuerte, afírmate en ti mismo y mata al enemigo de las formas mutables". El enemigo exterior tiene por paralelo a un enemigo interior, que es la pasión, la sed animal de la vida. He aquí como es definida la justa orientación: "Refiere en mí todas las obras, piensa en el Alma Suprema; y sin esperanza, sin inquietud de ti mismo, combate sin un ápice de tristeza".
Es preciso asaltar la llamada a la lucidez, supraconsciente, supra-apasionada de heroismo, que no debe pasar desapercibida en este fragmento donde se subraya el carácter de pureza, de absoluto, que debe tener la acción y que solo puede tener en términos de "guerra santa": "Ten por igual placer y plenitud, ganancia y pérdida, victoria y derrota y sé íntegro en la batalla: así evitarás el pecado". De esta forma se impone la idea de un "pecado" referido a un estado de voluntad incompleta y de acción, interiormente todavía alejado de la elevación en relación a la cual la vida significa poco, tanto la propia como la de los otros y en donde ninguna medida humana tiene valor. Si se permanece en este plano, el anterior texto ofrece consideraciones de orden absolutamente metafísico, intentando demostrar como en tal nivel, termina por actuar sobre el guerrero una fuerza más divina que humana. La enseñanza que Khrisna (principio del conocimiento) dispensa a Arjuna (principio de la acción) para poner fin a sus vacilaciones, tiende sobre todo a realizar la distinción entre lo que es incorruptible como espiritualidad absoluta y lo que existe solo de una manera ilusoria como elemento humano y material: "Aquel que no es, no puede ser y aquel que es no puede dejar de ser (...) se sabe indestructible aquel por quién ha sido desarrollado este universo (...) quien cree que mata o que es muerto se equivoca; no mata, no es muerto, ni siquiera cuando se mata el cuerpo (...) combate pues, oh Bharata".
Pero eso no es todo. A la conciencia de la irrealidad metafísica de lo que se puede perder o hacer perder, como vida caduca o cuerpo mortal, conciencia que encuentra su equivalente en una de las tradiciones que ya hemos examinado, donde la existencia humana es definida como "juego y frivolidad", se asocia la idea de que el espíritu, en su absoluto, en su trascendencia ante todo lo que es limitado e incapaz de superar este límite, no puede presentarse más que como una fuerza destructora. Es por ello que se plantea el problema de ver en qué términos en el ser, instrumento necesario de destrucción y muerte, el guerrero puede evocar al espíritu, justamente bajo ese aspecto, hasta el punto de identificarse a él.
El Bhagavad-Gita nos lo dice exactamente cuando el dios declara: "Yo soy la virtud de los fuertes exenta de virtud y deseo (...) en el fuego el esplendor; la vida en todos los seres; la continencia en los ascetas (...) la ciencia en los sabios; el valor en los valientes".
Luego el dios se manifiesta a Arjuna bajo su forma trascendental, terrible y fulgurante, ofreciendo una visión absoluta de la vida: tales como lámparas sometidas a una luz demasiado intensa, los circuitos poseedores de un potencial demasiado alto, los seres vivientes caen solo por que en ellos arde una fuerza que transciende a su perfección, que va más allá de todo lo que pueden y quieren. Es por esto que se convierten, esperan en una cima y, como arrastrados por las olas a las cuales se abandonan y que les habían conducido hasta cierto punto, se funden, se disuelven, mueren, retornando a lo no-manifestado. Pero aquel que no teme a la muerte, que sabe asumir su muerte llegado el momento y todo lo que le destruye, le esclaviza, le rompe, termina por franquear el límite, llega a mantenerse sobre la cresta de las olas, no se hunde, sino que, por el contrario, está más allá de la vida que se manifiesta en él. Por ello Khrisna, la personificación del principio espiritual, tras haberse revelado en su totalidad a Arjuna, puede decir: "Excepto tú, no quedará uno solo de los soldados que constituyen estos dos ejércitos, levántate y busca la gloria; triunfa sobre tus enemigos y adquiere un gran Imperio. Yo estoy seguro de su pérdida: son solo el instrumento (...) mátalos pues; no te preocupes; combate y vencerás a tus rivales.
Encontramos pues la identificación de la guerra, con la "Vía de Dios" que ya habíamos visto en páginas precedentes. El guerrero cesa de actuar en tanto persona. Una gran fuerza no humana, a este nivel, transfigura la acción, la vuelve absoluta y "pura", allí precisamente donde debe ser más extrema. He aquí una imagen muy elocuente, perteneciente a ésta tradición: "La vida es como un arco, el alma como una flecha, el espíritu como la flecha proyectada que se clava en el blanco". Es una de las más elevadas formas de la justificación metafísica de la guerra, una de las imágenes más completas de la guerra como "guerra santa".
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Para terminar esta disgresión sobre las formas de la tradición heroica tal como nos la han presentado épocas y pueblos diversos añadiremos algunas palabras a modo de conclusión.
Esta excursión en un mundo que podrá parecer a algunos insólito y carente de relaciones con el nuestro, no la hemos hecho por curiosidad o para desplegar nuestra erudición. La hemos hecho, al contrario, con el fin preciso de demostrar lo sagrado de la guerra, es decir, como la posibilidad de justificar la guerra espiritualmente y su necesidad constituye, en el sentido más elevado del término, una tradición. Esto es algo que se ha manifestado siempre y en todo lugar en los ciclos ascendentes de todas las grandes civilizaciones.
En este punto debemos regresar a aquello que escribimos al principio de este estudio, mostrando que existen diversas maneras de "ser héroe" (incluso aquella animal y subpersonal) por lo tanto lo que cuenta no es tanto la posibilidad vulgar de lanzarse a la batalla y sacrificarse, sino el espíritu según el cual se puede vivir una aventura de éste género. Nosotros tenemos, a partir de ahora, todos los elementos para precisar, entre los diferentes aspectos de la experiencia heroica, aquellos que pueden considerarse como absolutos, que pueden verdaderamente identificar la guerra con la "Vía de Dios", y en los héroes, puede dejar entrever realmente una manifestación divina.
Pero es preciso recordar también que el punto donde la vocación guerrera aspiraba realmente a una altura metafísica, reflejando la plenitud de lo universal, es aquel en que una raza tendía a una manifestación y a una finalidad igualmente universales. Lo que significa que no pueda sino predestinar a esta raza o Imperio. Pues solo el Imperio como tal es un orden superior en donde reina la "Pax Triunphalis", reflejo terrestre de la soberanía del supramundo, comparable a las fuerzas que, en el terreno del espíritu manifiestan las mismas características de pureza, de poderío, de ineluctabilidad, de trascendencia en relación a todo lo que de pathos, pasión y limitación humana, se refleja en las grandes y libres energías de la naturaleza.
Il Conciliatore (15 de marzo de 1969).
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