22 de marzo de 2010

El Frente Negro N° 4


CULTURA, METAPOLITICA Y RESISTENCIA

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19 de marzo de 2010

March of Heroes - Victory is our Fate



Metafísica de la Guerra. V

Por Julius Evola

Finalizaremos este breve estudio consagrado a la guerra como valor espiritual, refiriéndonos a una última tradición del ciclo heroico indo-europeo, el Bhagavad-Gita, el más célebre texto seguramente de la antigua sabiduría hindú, escrito esencialmente para la casta guerrera.

Su elección no es arbitraria y no se debe en absoluto al exotismo. Al igual que la tradición islámica nos ha permitido formular, en lo universal, la idea de la "guerra santa", contrapartida posible y alma de una guerra exterior, la tradición transmitida por el texto hindú nos permitirá encuadrar definitivamente nuestro tema de análisis en una visión metafísica.

En un plano más exterior, está referencia al Oriente hindú, nos parece igualmente útil para rectificar las opiniones y los criterios, así como la comprensión supratradicional, pues tales son los fines que perseguimos. Durante mucho tiempo han prevalecido las antítesis artificiales entre Oriente y Occidente: artificiales porque están basadas en el último Occidente, en el Occidente moderno y materialista que, finalmente, tiene muy poco que ver con el que le precedió, con la verdadera y gran civilización occidental. El Occidente moderno se opone tanto al Oriente como al antiguo Occidente. Si nos remitimos a los tiempos antiguos encontraremos efectivamente un patrimonio étnico y cultural ampliamente común, que corresponde a un único denominador indo-europeo. Las formas originales de vida, de espiritualidad, de instituciones de los primeros colonizadores de la India y del Irán tienen muchos puntos de contacto con aquellos pueblos helénicos y nórdicos e incluso con los antiguos romanos.

Vamos a abordar ahora las tradiciones que nos dan un ejemplo de la afinidad de la concepción espiritual común del combate, de la acción y de la muerte heroica, contrariamente a la idea recibida que nos hace pensar, al oír hablar de la civilización hindú, en el nirvana, el fakirismo, la evasión del mundo, y la negación de los "valores de la personalidad".

El Bhagavad-Gita está construido en forma de diálogo entre un guerrero, Arjuna y un dios, Khrisna, su maestro espiritual. El diálogo tiene lugar con ocasión de una batalla en la que Arjuna vacila en lanzarse a la acción frenado por escrúpulos humanitarios. Interpretados en clave esotérica, estas dos figuras de Arjuna y Khrisna no son, en realidad, más que una sola, pues representan las dos partes del ser humano: Arjuna, el principio de la acción, Khrisna el del conocimiento trascendente. El diálogo se transforma en una especie de monólogo con una finalidad tanto de clarificación interior y resolución heroica como espiritual del problema de la acción guerrera que se había impuesto a Arjuna en el mismo momento de descender al campo de batalla.

Pues la piedad que impide al guerrero combatir cuando descubre en las filas enemigas a viejos amigos y a algunos parientes, es calificada por Khrisna (el principio espiritual) de trastorno indigno de los arios que cierra las puertas del Cielo y solo depara la vergüenza. De esta manera surge el tema que ya habíamos encontrado a menudo en las enseñanzas tradicionales de Occidente: "Si mueres ganarás el cielo; si logras la victoria, poseerás la tierra... levántate, hijo de Kunti para combatir firme y resuelto".

Al mismo tiempo que se perfila el tema de una "guerra interior" que es preciso llevar contra sí mismo: "Sabiendo pues que la razón es más fuerte, afírmate en ti mismo y mata al enemigo de las formas mutables". El enemigo exterior tiene por paralelo a un enemigo interior, que es la pasión, la sed animal de la vida. He aquí como es definida la justa orientación: "Refiere en mí todas las obras, piensa en el Alma Suprema; y sin esperanza, sin inquietud de ti mismo, combate sin un ápice de tristeza".

Es preciso asaltar la llamada a la lucidez, supraconsciente, supra-apasionada de heroismo, que no debe pasar desapercibida en este fragmento donde se subraya el carácter de pureza, de absoluto, que debe tener la acción y que solo puede tener en términos de "guerra santa": "Ten por igual placer y plenitud, ganancia y pérdida, victoria y derrota y sé íntegro en la batalla: así evitarás el pecado". De esta forma se impone la idea de un "pecado" referido a un estado de voluntad incompleta y de acción, interiormente todavía alejado de la elevación en relación a la cual la vida significa poco, tanto la propia como la de los otros y en donde ninguna medida humana tiene valor. Si se permanece en este plano, el anterior texto ofrece consideraciones de orden absolutamente metafísico, intentando demostrar como en tal nivel, termina por actuar sobre el guerrero una fuerza más divina que humana. La enseñanza que Khrisna (principio del conocimiento) dispensa a Arjuna (principio de la acción) para poner fin a sus vacilaciones, tiende sobre todo a realizar la distinción entre lo que es incorruptible como espiritualidad absoluta y lo que existe solo de una manera ilusoria como elemento humano y material: "Aquel que no es, no puede ser y aquel que es no puede dejar de ser (...) se sabe indestructible aquel por quién ha sido desarrollado este universo (...) quien cree que mata o que es muerto se equivoca; no mata, no es muerto, ni siquiera cuando se mata el cuerpo (...) combate pues, oh Bharata".

Pero eso no es todo. A la conciencia de la irrealidad metafísica de lo que se puede perder o hacer perder, como vida caduca o cuerpo mortal, conciencia que encuentra su equivalente en una de las tradiciones que ya hemos examinado, donde la existencia humana es definida como "juego y frivolidad", se asocia la idea de que el espíritu, en su absoluto, en su trascendencia ante todo lo que es limitado e incapaz de superar este límite, no puede presentarse más que como una fuerza destructora. Es por ello que se plantea el problema de ver en qué términos en el ser, instrumento necesario de destrucción y muerte, el guerrero puede evocar al espíritu, justamente bajo ese aspecto, hasta el punto de identificarse a él.

El Bhagavad-Gita nos lo dice exactamente cuando el dios declara: "Yo soy la virtud de los fuertes exenta de virtud y deseo (...) en el fuego el esplendor; la vida en todos los seres; la continencia en los ascetas (...) la ciencia en los sabios; el valor en los valientes".

Luego el dios se manifiesta a Arjuna bajo su forma trascendental, terrible y fulgurante, ofreciendo una visión absoluta de la vida: tales como lámparas sometidas a una luz demasiado intensa, los circuitos poseedores de un potencial demasiado alto, los seres vivientes caen solo por que en ellos arde una fuerza que transciende a su perfección, que va más allá de todo lo que pueden y quieren. Es por esto que se convierten, esperan en una cima y, como arrastrados por las olas a las cuales se abandonan y que les habían conducido hasta cierto punto, se funden, se disuelven, mueren, retornando a lo no-manifestado. Pero aquel que no teme a la muerte, que sabe asumir su muerte llegado el momento y todo lo que le destruye, le esclaviza, le rompe, termina por franquear el límite, llega a mantenerse sobre la cresta de las olas, no se hunde, sino que, por el contrario, está más allá de la vida que se manifiesta en él. Por ello Khrisna, la personificación del principio espiritual, tras haberse revelado en su totalidad a Arjuna, puede decir: "Excepto tú, no quedará uno solo de los soldados que constituyen estos dos ejércitos, levántate y busca la gloria; triunfa sobre tus enemigos y adquiere un gran Imperio. Yo estoy seguro de su pérdida: son solo el instrumento (...) mátalos pues; no te preocupes; combate y vencerás a tus rivales.

Encontramos pues la identificación de la guerra, con la "Vía de Dios" que ya habíamos visto en páginas precedentes. El guerrero cesa de actuar en tanto persona. Una gran fuerza no humana, a este nivel, transfigura la acción, la vuelve absoluta y "pura", allí precisamente donde debe ser más extrema. He aquí una imagen muy elocuente, perteneciente a ésta tradición: "La vida es como un arco, el alma como una flecha, el espíritu como la flecha proyectada que se clava en el blanco". Es una de las más elevadas formas de la justificación metafísica de la guerra, una de las imágenes más completas de la guerra como "guerra santa".

* * *

Para terminar esta disgresión sobre las formas de la tradición heroica tal como nos la han presentado épocas y pueblos diversos añadiremos algunas palabras a modo de conclusión.

Esta excursión en un mundo que podrá parecer a algunos insólito y carente de relaciones con el nuestro, no la hemos hecho por curiosidad o para desplegar nuestra erudición. La hemos hecho, al contrario, con el fin preciso de demostrar lo sagrado de la guerra, es decir, como la posibilidad de justificar la guerra espiritualmente y su necesidad constituye, en el sentido más elevado del término, una tradición. Esto es algo que se ha manifestado siempre y en todo lugar en los ciclos ascendentes de todas las grandes civilizaciones.

En este punto debemos regresar a aquello que escribimos al principio de este estudio, mostrando que existen diversas maneras de "ser héroe" (incluso aquella animal y subpersonal) por lo tanto lo que cuenta no es tanto la posibilidad vulgar de lanzarse a la batalla y sacrificarse, sino el espíritu según el cual se puede vivir una aventura de éste género. Nosotros tenemos, a partir de ahora, todos los elementos para precisar, entre los diferentes aspectos de la experiencia heroica, aquellos que pueden considerarse como absolutos, que pueden verdaderamente identificar la guerra con la "Vía de Dios", y en los héroes, puede dejar entrever realmente una manifestación divina.

Pero es preciso recordar también que el punto donde la vocación guerrera aspiraba realmente a una altura metafísica, reflejando la plenitud de lo universal, es aquel en que una raza tendía a una manifestación y a una finalidad igualmente universales. Lo que significa que no pueda sino predestinar a esta raza o Imperio. Pues solo el Imperio como tal es un orden superior en donde reina la "Pax Triunphalis", reflejo terrestre de la soberanía del supramundo, comparable a las fuerzas que, en el terreno del espíritu manifiestan las mismas características de pureza, de poderío, de ineluctabilidad, de trascendencia en relación a todo lo que de pathos, pasión y limitación humana, se refleja en las grandes y libres energías de la naturaleza.

Il Conciliatore (15 de marzo de 1969).

4 de marzo de 2010

Metafísica de la Guerra. IV

Por Julius Evola

No se encontrará extraño que tras haber examinado un conjunto de tradiciones occidentales relativas a la guerra santa, es decir, a la guerra como valor espiritual, nos propongamos ahora examinar este concepto tal como ha sido formulado por la tradición islámica. En efecto, nuestro fin, tal como hemos señalado en varias ocasiones, es poner de relieve el valor objetivo de un principio a través de la demostración de su universalidad, de su conformidad quid ubique, quiod ad imnibus et quod semper. Solamente así, se puede tener la sensación de que ciertos valores tienen una categoría absolutamente diferente de lo que pueden pensar unos y otros, sino también que en su esencia son superiores a las formas particulares que han asumido para manifestarse en las tradiciones históricas. Cuanto más se reconozca la correspondencia interna de estas formas y su principio único, más se podrá profundizar en su propia tradición, hasta poseerla y comprenderla íntegramente partiendo de su punto original y especialmente metafísico.

Históricamente es preciso subrayar que la tradición islámica, en el tema que nos interesa, es de alguna manera heredera de la persa, es decir, de una de las más altas civilizaciones indo-europeas. La concepción mazdeista del Dios de la Luz y de la existencia sobre la tierra como una lucha incesante para arrancar seres y cosas al poder del anti-dios, es el centro de la visión persa de la vida. Es precisamente capital considerarla como la contrapartida metafísica y el fondo espiritual de las hazañas guerreras en cuyo apogeo tuvo lugar la edificación persa del imperio del "Rey de Reyes". Tras la caida de la civilización árabe medieval, bajo formas más materiales y en ocasiones exasperadas, pero sin anular jamás el motivo original de la espiritualidad islámica, todos estos contenidos subsistieron.

Así nos referiremos a tradiciones de éste género, sobre todo porque ponen de manifiesto un concepto muy útil para aclarar ulteriormente el orden de ideas que nos proponemos exponer. Se trata del concepto de la "Guerra Santa", distinto de la "pequeña guerra", pero al mismo tiempo ligada a esta última según una correspondencia particular. La distinción se basa en un hadith del Profeta, el cual, llegado de una expedición guerrera había dicho: "Hemos vuelto de la pequeña guerra santa para la gran guerra santa".

La "pequeña guerra" corresponde a la guerra exterior, a la que, siendo sangrienta, se hacía con armas materiales contra el enemigo, contra el "bárbaro", contra una raza inferior frente a la cual se reivindicaba un derecho superior o en fin, cuando la empresa estaba dirigida por una motivación religiosa, contra el "infiel". Por terribles y trágicas que puedan ser las incidencias, por monstruosas como sean las destrucciones no deja de ser menos cierto que esta guerra, metafísicamente, es siempre la "pequeña guerra". La "Gran Guerra Santa" es, al contrario, de orden interior e inmaterial, es el combate que se libra contra el enemigo, el "bárbaro" o el "infiel" que cada uno abriga en sí y que ve aparecer en sí mismo en el momento en que ve sometido todo su ser a una ley espiritual: tal es la condición para esperar la liberación interior, la "paz triunfal" que permite participar en ella a aquel que está más allá de la vida y de la muerte, pues en tanto que deseo, tendencia, pasión, debilidad, instinto y lasitud interior, el enemigo que está en el hombre debe ser vencido, quebrado en su resistencia, encadenado, sometido al hombre espiritual.

Se dirá que esto es simplemente ascetismo. La Gran Guerra Santa es la ascesis de todos los tiempos. Y alguno estará tentado de añadir: es la vía de aquellos que huyen del mundo y que, con la excusa de una lucha interior se transforman en un tropel de pacifistas. No es nada de todo esto. Tras la distinción entre las dos guerras, expongamos ahora su síntesis. Lo propio de las tradiciones heróicas es prescribir la "pequeña guerra", es decir, la verdadera guerra, sangrienta, como un instrumento para la "Gran Guerra Santa", hasta el punto de que, finalmente, las dos no terminan siendo más que una sola cosa.

Así, en el Islam, "guerra Santa", yihad y "Vía de Dios" son utilizados indiferentemente. Quien combate lo hace sobre la "Vía de Dios". Un célebre hadith característico de esta tradición dice: "La sangre de los Héroes está más cerca del Señor que la tinta de los sabios y las oraciones de los devotos". Aquí también, como en las tradiciones de las que ya hemos hablado, la acción asume el exacto valor de una superación interior y de acceso a una vida liberada de la obscuridad, de lo contingente, de la incertidumbre y de la muerte. En otros términos, las situaciones y los riesgos inherentes a las hazañas guerreras provocan la aparición del "enemigo interior", el cual, en tanto que instinto de conservación, dejadez, crueldad, piedad o furor ciego, sirve como aquello que es preciso vencer en el acto mismo de combatir al enemigo exterior. Esto muestra que el aspecto central está constituido por la orientación interior, la permanencia inquebrantable de aquello que es espíritu en la doble lucha: sin participación ciega, ni transformación en una brutalidad desencadenada, sino, por el contrario, dominio de las fuerzas más profundas, control para no estar jamás arrastrado interiormente sino permaneciendo siempre como dueño de sí mismo, lo que permite afirmarse más allá de cualquier límite. Abordaremos ahora una imagen de otra tradición en donde esta situación está representada por un símbolo característico: un guerrero y un ser divino impasible, el cual, sin combatir, sostiene y conduce al soldado junto al cual se encuentra sobre el mismo carro de combate. Es la personificación de la dualidad de los principios que el verdadero héroe posee, ya que las emanaciones tienen siempre algo de eso sagrado de lo que es portador. En la tradición islámica, se lee en uno de sus textos: "El combate es la vía de Dios (es decir, la guerra santa) aquel que sacrifica la vida terrestre por la del más allá, combate por la vía de Dios, ya resulte muerto o vencedor y recibirá una inmensa recompensa". La premisa metafísica según la cual se prescribe: "Combatid según la guerra santa a aquellos que hagan la guerra", "matadles donde los encontréis y aplastadlos", "no os mostréis débiles, no les invitéis a la paz", pues "la vida terrestre es solamente fuego que se extingue" y "quien se muestra avaro no es avaro más que consigo mismo". Este último principio evidentemente puede compararse a aquel otro evangélico: "El que quiere salvar su propia vida la perderá y quien la pierda obtendrá la vida eterna", confirmado por este texto: "¿Qué hicisteis vosotros que creéis cuando se os ordenó: descended a la batalla para la guerra santa? Os quedasteis inmóviles. Habéis, pues, preferido este mundo a la vida futura" por lo tanto "vosotros ¿esperáis de nosotros recompensa y no las dos supremas, victoria o sacrificio?"

Este otro fragmento es digno de atención: "La guerra os ha sido ordenada, aunque os disguste. Pero algo que es bueno para vosotros puede disgustaros y gustaros lo que es malo. Dios sabe, entonces que vosotros no sabéis nada".

Aquí tenemos una especie de "amor fati", una intuición misteriosa, evocación y realización heroica del destino, con la íntima certeza de que, cuando hay "intención justa", cuando la inercia y la lasitud son vencidas, el álito va más allá de la propia vida y de la de los otros, más allá de la felicidad y de las aflicciones guiando en el sentido de un destino espiritual y de una sed de existencia absoluta, dando nacimiento a una fuerza de la que no podrá carecer el fin absoluto. La crisis de una muerte trágica y heroica se vuelve una contingencia sin interés, lo que, en términos religioso está expresado así: "Para aquellos que mueren en la vía de Dios (en la Guerra Santa) su realización no se perderá. Dios los guiará y dispondrá de su alma haciéndolos entrar en el paraíso revelado".

De esta manera el lector se encuentra de nuevo con ideas expuestas anteriormente, basadas en las tradiciones clásicas o nórdico-medievales relativas a una inmortalidad privilegiada reservada a los héroes, los únicos que, según Hesiodo, habitan en las islas simbólicas en las que se desarrolla una existencia luminosa e intangible a imagen de la de los dioses olímpicos. En la tradición islámica existen frecuentemente alusiones al hecho de que ciertos guerreros, muertos en combate no estarían realmente muertos, afirmación no simbólica sino real, como también es real la existencia de ciertos estados supra-humanos, separados de las energías y de los destinos de los vivientes. Es cierto que aun hoy y precisamente en España e Italia, los ritos por los cuales una comunidad guerrera declara "presentes" a sus muertos en el campo del honor ha conseguido una fuerza singular. Es la idea del héroe que no está verdaderamente muerto, como la de los vencedores que, a la imagen del César romano, permanecen como "vencedores perpetuos" en el centro de la raza.

2 de marzo de 2010

La publicidad que no vende productos



Antes era una anécdota en el intermedio de cualquier película televisada y ahora hace rentable la emisión de multitud de programas y series de televisión; antes era un subproducto meramente comercial, ahora es el motivo de lujosos festivales con pretensiones artísticas. Ahora que la publicidad se vende por sí misma en colecciones de DVD en tu kiosko más cercano y es capaz de crear eventos, festivales y películas, de eliminar revistas y programas de radio o de censurar noticiarios, ahora la publicidad no está interesada en vender productos.

En EEUU, la publicidad de primeros de siglo será uno de los procesos esenciales para que la ideología puritana del ahorro se convierta en la de la familia feliz consumista de los años 20. Y aún tras la crisis del 29, transmitirá los valores de un consumo patriótico como remedio ante todos los males. Aunque lógicamente cada marca intenta distinguirse del resto para ganar clientes, el poder ideológico de la publicidad empezó a residir en lo que las une: en los códigos éticos, usos y costumbres, modas y deseos que uno tras otro, los anuncios transmiten. Cada mensaje publicitario, en la medida en que intenta satisfacer su propio interés comercial, confluye con el resto de los mensajes para conformar un espejo social, un sistema de representaciones que sirve de referente y en el que los consumidores nos comparamos.

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